Fictio Iuris
En los últimos años, varios países han implementado políticas de prohibición de ciertas razas de perros como el American Bully (en Inglaterra) o más recientemente el Dachshund (en Alemania) con el doble objetivo de, por una parte, garantizar la seguridad pública y prevenir ataques caninos y, por la otra, evitar sufrimiento a ciertos tipos de perros que, por su anatomía o características, pueden presentar complicaciones. Estas políticas han generado un intenso debate, ya que algunos consideran que son medidas necesarias para proteger a la sociedad, mientras que otros argumentan que son estigmatizantes, discriminatorias e irrespetuosas con el deseo de los propietarios.
Las políticas de prohibición de ciertas razas de perros se basan en la premisa de que algunas razas tienen una mayor propensión a la agresividad y, por lo tanto, representan un mayor riesgo para la seguridad de las personas y otros animales, así como también cuestiones de garantía de mejor calidad de vida para aquellos perros que pueden presentar complicaciones por sus características morfológicas. Esto ha llevado a la implementación de leyes que prohíben la posesión y cría de razas específicas, como los Pitbulls, Rottweilers y Doberman Pinschers, en relación al primer supuesto, y de Dachshund, Bulldog francés o Pug, respecto del segundo caso.
En este breve escrito me centraré en los supuestos de perros considerados como potencialmente agresivos, respecto de los cuales uno de los argumentos a favor de estas políticas es la protección de la sociedad, ya que se parte de la premisa de que los defensores sostienen que al prohibir razas con historias de agresividad, se reducirá el riesgo de ataques y mordeduras, además de que argumentan que, al limitar la cría y posesión de estos perros, se evitará la reproducción de características genéticas que puedan predisponer a la agresividad.
En contraposición con estos razonamientos, los críticos argumentan que estas políticas son estigmatizantes y discriminatorias, toda vez que sostienen que la agresividad de un perro no depende exclusivamente de su raza, sino de factores como la socialización, el entrenamiento y el ambiente en el que se crían, aunado al hecho de que señalan que muchas veces los perros que causan problemas son producto del abuso y la negligencia de sus dueños, más que de su raza en sí misma.
Junto a las preocupaciones éticas, las políticas de prohibición de ciertas razas de perros también plantean desafíos prácticos, tales como que la identificación precisa de las razas prohibidas puede ser complicada, especialmente cuando se trata de perros mestizos, además de que estas políticas pueden llevar a la proliferación del mercado negro de perros, lo que dificulta aún más su control y regulación.
Frente a todo ello, se han propuesto diferentes alternativas, de tal formo que, en lugar de prohibir ciertas razas de perros, existen otras opciones que pueden abordar de manera más efectiva los problemas relacionados con los perros potencialmente peligrosos, como es el caso de la implementación de una estrategia tendente a promover la educación y la responsabilidad de los propietarios de perros, lo cual incluye brindar información sobre la socialización adecuada, el entrenamiento y la importancia de la esterilización para prevenir la cría indiscriminada, así como también se pueden implementar leyes y regulaciones más estrictas para castigar el maltrato animal y la negligencia de los dueños.
En conclusión, las políticas de prohibición de ciertas razas de perros son una medida controvertida que, si bien buscan garantizar la seguridad pública, también se enfrentan a críticas por su estigmatización y discriminación. Es por ello que, en lugar de centrarse exclusivamente en la raza de un perro, es importante abordar la responsabilidad de los dueños y promover la educación sobre la socialización adecuada y el entrenamiento, ya que de esta manera se puede trabajar hacia una convivencia segura y armoniosa entre las personas y los perros, sin necesidad de prohibiciones basadas en la raza.
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