Parásitos

19/09/2022

Coluna Fictio Iuris

“Empezando por la Monarquía y siguiendo por la Iglesia, ningún poder nacional ha pensado más que en sí mismo”. José Ortega y Gasset

Allá por el mes de mayo de 2019, irrumpía en la escena cinematográfica una película surcoreana que marcó un antes y un después en la historia de las producciones de este país asiático. La película fue Parásitos, la cual, además, ganó cuatro premios Óscar. A lo largo del largometraje, se muestra una familia pobre integrada por cuatro miembros que, a base de mentiras, consigue trabajar como empleados domésticos de una familia rica, de tal forma que comienzan a vivir de éstos como, precisamente, parásitos. Si bien la historia es ficticia, sorprende ver los vínculos tan estrechos que llegan a presentarse en situaciones de la vida real. Tal es el caso de ciertas monarquías en la actualidad.

Como sucede en la película, familias que, como se diría en España, no tienen oficio ni beneficio, consiguen vivir de otras gracias a las mentiras, a los engaños y a una total falta de vergüenza y, todo ello, gracias, también, a nacer en esa familia. Podría explayarme sobre la figura de las monarquías en la realidad actual, sin embargo, las ficciones, argucias y embustes que usan estas familias hacen que haya una parte de la sociedad que se encuentre alienada y que, como consecuencia de ello, legislen para protegerlas, por lo que la prudencia hará que no lleve a cabo una catarsis, no por falta de ganas, sino, como digo, por mesura. A ese punto se ha llegado, al que desaconseja presentar libremente la propia opinión, no vaya a ser que a esos seres todopoderosos les parezca mal alguna de las palabras usadas, contando, claro está, con que sepan leer y, de saberlo, conozcan el significado de aquellas. A los hechos me remito con un ejemplo en el que una famosa princesa se libró de ir prisión por alegar desconocimiento -no diré de qué país, por precaución- o de un famoso rey -del que tampoco diré el país- que durante años fue protegido, cubriéndose sus escarceos amorosos y escapadas casquivanas por los mismos medios de comunicación que, a día de hoy, lo han agarrado como un muñeco de piñata. Cómo cambian los tiempos.

Debo confesar que la monarquía siempre me ha parecido una forma de gobierno completamente obsoleta y costosa y, aunque se que estas líneas van a hacer que más de uno comience a echar espuma por la boca como si de un perro con rabia se tratase, no puede ser mantenida en un escenario como es el que vivimos, presidido por una incipiente crisis económica que, según los expertos, será brutal. ¿Qué sentido tiene destinar recursos públicos -no pocos, por cierto- a una familia que, cuando se pregunta acerca de su función, el que es más erudito responde que representan al Estado? Vaya, entonces debe ser que los presidentes de los países no representan a su nación. ¿Qué justificación tiene dar grandes partidas presupuestarias a los miembros de esa familia cuando la sociedad, a la que dicen que representan, se enfrenta a una inflación exacerbada? Inflación a la que, por cierto, son inmunes los miembros de las monarquías.

Se ha conformado todo un entramado parasitario en el que las defensas de ciertas figuras se asientan más en necesidades propias de seguir chupando la sangre a la sociedad que en una auténtica razón de ser. Remontémonos al mes de septiembre de 2014 en España cuando el PSOE -partido que se ostenta como de izquierdas pero que si el auténtico Pablo Iglesias (no su mal intento de copia actual) levantara la cabeza, sin duda sufriría varios infartos consecutivos al ver lo que han hecho con sus ideales- votó por continuar con la monarquía en el país ibérico. Me llama mucho la atención algunos argumentos que defienden a ciertas monarquías por lo que hicieron para lograr un cambio en el Estado hace más de 40 años. Pues bien, siguiendo esa lógica, entonces se me ocurre que Raúl González, el mítico delantero del Real Madrid, debería seguir jugando en el equipo español por todo lo que dio por el club en su día. Total, ya puestos a decir cosas sin sentido, ¿por qué no contribuir a la cada vez más aceptada causa de la estupidez?

Tal vez mis ojos no lo verán, pero la verdad es que no pierdo la esperanza de que las monarquías del mundo desaparezcan algún día. Y ojo, antes de que esos perros rabiosos de los que hablaba antes comiencen a ladrar diciendo que estas líneas son apologías del delito o ultrajes o injurias a la corona -sea del país que sea-, les aconsejo, en primer lugar, que revisen el texto, pues nunca he escrito que se elimine a la monarquía con medios violentos y, en segundo lugar, les invito a que primero lean y, si no saben hacerlo –lo cual es posible-, que aprendan a leer y a conocer el significado de las palabras, no vaya a ser que hagan el ridículo y se conviertan en otros muñecos de piñata como aquel famoso rey. Como se dice en México: “a quien le quede el saco, que se lo ponga”.  

 

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