Coluna Fictio Iuris
Cuando era pequeño, mis padres me decían que nunca se debe generalizar; solo hablar por lo que hace uno mismo. Así, en lugar de decir que todos suspendimos -o como se diría en México, reprobamos- una asignatura, hay que decir que uno fue el que suspendió, sin pluralizar. Al fin y al cabo, lo que hace el de al lado no debe importar y, por tanto, te debes centrar en tu trabajo.
Recupero esa máxima hoy a colación de la carta abierta que, hace pocos días, redactó y publicó en internet Daniel Arias Aranda, profesor de la Universidad de Granada; carta en la que afirma, entre otras cuestiones, que ahora se dedica “más a engañar que a enseñar” debido, esencialmente, a que considera que, en la actualidad, cualquier alumno aprueba las asignaturas de una forma mucho más sencilla que hace años, haciendo creer a los estudiantes que son mejores de lo que en realidad son. Hasta aquí podría quedar en una mera opinión, sin embargo, lo que realmente me molesta es que este señor hable en nombre de todos los profesores al decir, literalmente, que los alumnos viven “en una mentira edulcorada por los propios catedráticos” y, con base en ello, asegura que los docentes se dedican a “engañar al alumno”. Pues bien, puedo decir con orgullo que soy docente universitario y que, sin embargo, no soy ningún estafador, ilusionista o mentiroso. En este sentido, además, me parece especialmente curioso que este profesor asevere, refiriéndose a los alumnos, que las generaciones de hoy en día no tienen capacidad de expresión, a lo que añade “si tu expresión es limitada, tu escritura lo es más”, y ¿por qué me parece especialmente curioso? Muy sencillo, porque cuando te sabes expresar, ya sea de forma oral o escrita, no debes generalizar, lo cual es, precisamente, en lo que cae este señor.
Según la Universidad de Granada, este pseudo docente (comenzaré a referirme a él así porque cualquiera que sea un verdadero profesor no diría cosas como las que manifestó) tiene a su cargo (no diré que enseña porque él mismo ha reconocido que lo que más hace es engañar) la asignatura de Dirección Estratégica de la Empresa en el Grado en Relaciones Laborales y Recursos Humanos. Pues bien, ¿qué pensaría Arias si yo dijera que todos los profesores de Dirección Estratégica de la Empresa son unos haraganes, que solo se agarraron a la universidad como medio de subsistencia porque no tienen dónde ir y que, en realidad, solo teorizan sobre el sexo de los ángeles cuando se presentan en el aula? Seguramente se molestaría, ¿verdad? Pues por ejemplos como este, entre otros muchos, no es correcto generalizar.
Otra cosa que me llama mucho la atención es que este pseudo docente llegue a decir que se ha “llegado a marchar de clase ante el más absoluto desinterés”. ¿Por qué me llama la atención? Porque, señor mío, su trabajo, deber, responsabilidad y obligación es dar clase y, si ya reconoció que no enseña, qué menos que quedarse en el aula. Qué irónico que quien exige dedicación se marche de clase sin impartirla. Pero ya que estoy en pleno momento de catarsis, no puedo dejar de analizar tres perlas más de este pseudo docente. La primera, cuando dice que “el nivel de los trabajos y presentaciones de los alumnos no pasaría, en su mayoría, los estándares del teatrillo de Navidad de primaria”; la segunda, cuando asegura que hace años que no recomienda “a ningún alumno para ninguna empresa”; y la última, pero no por ello menos importante, cuando hace un llamado, como si de un adalid de la libertad se tratara, a eliminar “cualquier rastro de gadgets tecnológicos en la enseñanza”.
Por lo que respecta a la primera perla, diría que nuestra labor como docentes es preparar a los alumnos y, si se considera que el nivel es bajo, se debe hacer lo posible para aumentarlo, pero claro, se me olvidaba que es más sencillo criticar que ponerse a trabajar. Me recuerda al capataz de la obra que, sentado a la sombra y con un refresco en la mano, dice a los obreros, que están bajo el sol, que lo están haciendo mal, pero él no mueve ni un dedo. En cuanto a la segunda perla, soy un firme defensor de la idea de que el trabajo del docente no se limita, únicamente, a dar la clase, sino que debe fungir como guía, modelo de conducta y de inspiración. En este sentido, puedo decir con gusto, que yo sí he recomendado a alumnos para empresas, precisamente, porque creo en ellos y porque si no confío en ellos como profesionales del futuro sería como decir que no confío en el trabajo que hice con ellos cuando les impartí clase. Y en relación a la tercera perla, parece ser que el señor pseudo docente no se ha percatado de que los tiempos han cambiado; de que la tecnología facilita el acceso a información que, hace años, era muy difícil encontrar; de que los gadgets -como él los llama- son las herramientas del presente y del futuro; de que los tiempos de los tirones de orejas, los golpes en la mano con la regla, la soberbia y arrogancia desmedidas, el castigar de cara a la pared y el dejarse la muñeca copiando apuntes como loco se han terminado. Ya decía Rubén Darío: “juventud, divino tesoro, ¡ya te vas para no volver!” y, tal vez, eso es algo que parece que todavía no ha aceptado este pseudo docente, para quien cualquier tiempo pasado fue mejor.
Para terminar, diré, con mucho orgullo, que tengo el enorme gusto de encontrar mis clases llenas desde las 7 de la mañana, con alumnos que, si bien en alguna ocasión se distraen -lo cual considero normal debido a la duración de las clases que, en ocasiones, llegan a ser de 3 horas- sin embargo, quieren aprender y superarse. No me limito a calificar a uno u otro como vago porque un día esté más disperso, sino más bien pienso en qué hacer para captar su atención. No me limito a identificar como irresponsable a algún alumno por el hecho de que durante el semestre no haya acudido a clase, sino que intento saber el motivo de su ausencia y, por supuesto, nunca se me ocurrirá considerar a un alumno como poco menos que un inútil para la sociedad, sino que intento ver cuáles son sus puntos fuertes y demostrarle que los tiene. La labor docente exige, entre otras muchas cosas, dedicación, esfuerzo y profesionalismo y, para quien no lo tenga, la solución es muy sencilla: que se vaya, pero que no ande escupiendo sapos y culebras contra los estudiantes y los profesores, ni convierta experiencias personales en dogmas y prácticas que se dan en todo tiempo, circunstancia y lugar. Ya lo decían mis padres: no se debe generalizar.
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