México de pie – Por Abril Uscanga Barradas

02/10/2017

Donde la tierra se abre y la gente se junta

Juan Villoro

El mes de septiembre ha tenido y seguirá teniendo un significado especial para México: por una parte, nuestras fiestas patrias que representan nuestra independencia como país pero, por el otro lado, eventos de gran tristeza que han marcado a los mexicanos con un tatuaje que tiene escrita la fecha diecinueve de septiembre, una fecha que no podrá borrarse de los recuerdos.

¿Cuántas posibilidades hay de que se repita la historia? Parecen pocas las probabilidades, sin embargo, fue realidad: se repitió un sismo de gran magnitud justo el diecinueve de septiembre de 2017, a las 13:14 horas, la misma fecha, apenas con unas horas de diferencia, del sismo que hace treinta y dos años atrás había derrumbado varias zonas de la, actualmente, Ciudad de México -antes Distrito Federal-. Ahora, al igual que tres décadas atrás, se requirió de la ayuda de la sociedad civil, con la diferencia de que las redes sociales fueron una herramienta fundamental para la organización y movilización de voluntarios, especialmente jóvenes.

Minutos después, pasado el sismo y apenas percatándonos de los daños, de forma inmediata, la ciudad se convirtió en un caos: algunos presentaron crisis nerviosas, era inevitable recordar lo ocurrido en esa misma fecha; el tránsito vial era imposible con todos los autos que ansiaban regresar a sus casas para buscar a sus familiares; las sirenas de ambulancias, bomberos, policías y protección civil sonaban por todas partes de la ciudad tratando de darse paso ante un mar de autos estancados y, al mismo tiempo, miles de civiles que se encontraban en el lugar de la tragedia realizaban labores de rescate, muchos de traje sastre o con ropa de oficina levantaban las primeras piedras de las construcciones derribadas, las pasaban de mano en mano buscando sobrevivientes antes de que llegara el apoyo del gobierno.

Fue impresionante ver la movilización de jóvenes, organizados, los llamados millennials, que tanto han sido criticados por su desidia, apatía, pereza, falta de compromiso, desinterés e individualismo; esos mismos jóvenes que no son capaces de votar para elegir a los futuros gobernantes, aquellos que prefieren estar fuera de los debates políticos, que detestarían ser representantes de casilla -ya que lo consideran infructífero y una pérdida de tiempo-, los que son tachados en la mente de los adultos mayores con el lamento: ¿qué pasa con los jóvenes de ahora? Son los mismos jóvenes, en su mayoría estudiantes y universitarios que sin pensarlo se volcaron a realizar servicio social.

En las calles se veían jóvenes que organizaban el tránsito minutos y horas después de que la ciudad quedara sin luz tras el temblor, los estudiantes de medicina corrieron para salvar vidas, los ingenieros y arquitectos visitaban casas una por una para saber si existía daño estructural, los psicólogos atendían en la calles, muchos más ayudaban directamente en las zonas de catástrofe levantando piedras, preparando comida, organizando brigadas, ayudando en los centros de acopio, recolectando víveres, distribuyendo ayuda, auxiliando en los albergues, a tal grado que se excedió el número de voluntarios y víveres donados.

Los días posteriores al sismo fueron fundamentales para la vida. La Ciudad de México, con casi nueve millones de habitantes en una superficie de 1.485 Km2, considerada como uno de los centros financieros y culturales más importantes del continente americano, paralizó casi la totalidad de sus funciones para que una parte importante de su población trabajara día y noche como voluntarios para ayudar a personas afectadas.

Ante la tragedia, los ciudadanos hicieron suya la ciudad; esa ciudad que les pertenece, pero que lo olvidamos constantemente. Miles de ciudadanos salieron con la convicción de apoyar al desconocido, a la gente que ha perdido todo, personas que nunca han visto y que probablemente no volverán a encontrarse pero, al final, gente por la que sienten empatía, por la que lloran, por la que arriesgan, esa es la cara de una sociedad que a pesar de sus diferencias y la desigualdad, trabaja por levantar su ciudad, por sus habitantes. Es la demostración de un pueblo que tiene fortaleza de corazón y que demuestra con hechos que puede aprender del pasado.

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