Involucionando

15/02/2022

Coluna Fictio Iuris

“Cuando un dedo apunta al cielo, el tonto mira el dedo”. Película Amèlie

Es muy preocupante pensar que, como sociedad, no hemos podido ni siquiera atenuar las conductas políticas tendentes a la palabrería vacía, las acusaciones del “y tú más” y las cortinas de humo que buscan y, sorprendentemente, continúan logrando desviar la atención de los ciudadanos hacia temas intrascendentes, ya pasados, que nada tienen que ver con las preocupaciones reales de los gobernados. El famoso discurso de Cantinflas, allá por el año 1967, en la película Su excelencia, continúa siendo un lamentable fiel reflejo de la clase política experta en desviar la atención y disfrazar la verdad. Ya en aquel entonces, el actor mexicano, parodiando -o retratando con precisión a un político, quién sabe- dejó unas palabras que 55 años después siguen estando muy presentes en la realidad social: “todos creemos que nuestra manera de ser, nuestra manera de vivir, nuestra manera de pensar y hasta nuestro modito de andar son los mejores, y el chaleco tratamos de imponérselo a los demás, y si no lo aceptan, decimos que son unos tales por cuales y al ratito andamos a la greña”.

Precisamente, la designación de los políticos, que tiene su razón de ser en la representatividad de los ciudadanos, debe estar presidida por la defensa respetuosa de los intereses de aquellos; no por un ánimo particular de protagonismo, de ser considerado como el héroe de batallas ya terminadas o de ser el caballero dorado de la libertad. Si lo que queremos es discusión de mercado, entonces está claro que, para eso, no se necesita un representante, pues nosotros mismos nos valemos y nos sobramos para ofender, atacar, menospreciar o insultar al que tenemos a nuestro lado.

En pleno siglo XXI, tras haber logrado múltiples avances tecnológicos que evidencian que la sociedad no es, ni mucho menos, limitada intelectualmente, se continúa viendo cómo mandatarios que están salpicados, o incluso, rebozados cual cerdos en el fango, por la corrupción, obtienen amplios apoyos a base de exprimir hasta la última gota esa estrategia del “y tú más”. Políticos que, sin dudarlo ni un segundo, movidos por el atrevimiento que solo la ignorancia más supina puede otorgar, levantan su dedo apuntando hacia donde sea necesario con tal de que la ciudadanía deje de ver lo que realmente importa para prestar atención a la última ocurrencia del adalid de la libertad que, además, curiosamente, suele autovictimizarse ante el mínimo ataque que pueda sufrir en su contra, calificándolo como una consecuencia del contubernio y conspiración que existe para derrocarlo ya que está haciendo todo bien.

Decía el niño de la película Amélie: “señor, cuando un dedo apunta al cielo, el tonto mira el dedo” y parece que, en la actualidad, debe haber mucho tonto porque, en cuanto el político de turno apunta hacia algún lado, automáticamente están sus seguidores mirando el dedo sin detenerse a pensar -si es que tienen esa mínima capacidad- por qué o para qué el dedo apunta hacia ese destino en particular y no hacia otro. Estos seguidores, por cierto, suelen ser fácilmente distinguibles dentro de la fauna política y social, pues son sujetos que sienten una particular devoción por frases como: “claro que sí señor, usted siempre está en lo cierto”, “usted es lo mejor que le ha pasado a este país” o “no sé qué podríamos hacer sin su gran sabiduría y sin sus excelsas habilidades”. Además, suelen caracterizarse como una especie de doble de su amo, como un doppelgänger, de tal forma que si su excelencia viste de forma ridícula, no duden de que estos secuaces copiarán hasta el más mínimo detalle para sentirse como ese sujeto al que tanto admiran, al menos por el momento.

Si en la famosa serie de televisión “El equipo A” (o The A-Team por su título en inglés) se decía “si usted tiene un problema y se los encuentra, quizá pueda contratarlos”, en el caso de esa subespecie humana de plebeyos aduladores y palmeros, que acompañan a su amo portando su maletín alabando todo lo que hacen y que en otras épocas no habrían pasado de ser bufones de la Corte, es mejor huir de ellos, pues como diría Emilio Duró: “sólo hay algo peor que un tonto, un tonto motivado”. Señor, líbrame de los tontos pero, más aún, de esos tontos motivados que no saben ni lo que hacen ni hacia dónde van. 

 

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