“La educación ayuda a la persona a aprender a ser, lo que es capaz de ser”
Hesíodo
Existe una tiranía de los números que persigue al estudiante y a los profesores y, aunque las calificaciones siempre han sido parte del sistema educativo, hoy los profesores vivimos entre la laxitud y la exigencia. ¿Hasta dónde es necesario presionar ante un sistema educativo deficiente?
El sistema educativo presenta serias deficiencias desde los niveles más básicos hasta llegar a los estudios de posgrado, de tal forma que, a veces, encontramos a estudiantes de posgrado que no solo presentan severos problemas en la comprensión de lecturas especializadas o que demuestran carencias en los procesos de razonamiento, sino que incluso algunos, tal vez una minoría, pero una minoría existente, no saben leer y escribir con la suficiencia que requiere el nivel educativo que cursan.
Estos problemas los vemos reflejados en el sistema educativo mexicano, en el cual, al mismo tiempo que el sistema educativo presenta serias deficiencias y políticas de laxitud, también genera expectativas altas que se traducen en la exigencia de calificaciones sobresalientes para que los alumnos puedan acceder a una beca o a un programa de intercambio, de tal manera que es evidente que no coincide la realidad con la expectativa, corriendo el peligro de convertirse en una estructura ficticia.
Con los anteriores problemas se abonan los deficientes procesos de selección para alumnos y profesores, la falta de transparencia, la insuficiencia o incorrecta capacitación, las presiones políticas y presupuestarias, los favoritismos, etc., por lo que los estudiantes y los profesores son dejados a su suerte buscando un equilibrio que es difícil de alcanzar.
Habiendo reconocido todo lo anterior, aquí es donde quiero concentrarme en el profesor, desde una opinión crítica, ya que cada quien desde su perspectiva y experiencia puede abonar en la reflexión para mejorar lo que parece perdido. Me referiré a las ficciones de calificaciones, que regularmente son regaladas por los profesores ante la desidia y la falta de interés por realizar un trabajo por el que ha sido contratado, por lo que apuntaré al grave daño que se realiza cuando se obsequia, por decirle de algún modo, una calificación.
¿Quién no está haciendo su trabajo? Cada vez es más común encontrar semestre con semestre listas de calificaciones de salones completos con diez de calificación final. En esos casos yo me he preguntado si será posible que todos nuestros alumnos siempre tengan el mismo nivel de conocimiento de la materia, además de que sus evaluaciones generales sean idénticas de tal manera que siempre se vea reflejado con una lista en donde todos tengan diez.
Las calificaciones de mentira son una enfermedad que no les permite a los alumnos conocer con claridad sus áreas de oportunidad, las necesidades de mejora en las habilidades, el desarrollo de su autoconciencia crítica, ni de su evolución educativa, así como puede llegar a desmotivar a los alumnos que han presentado un alto rendimiento durante el curso, quienes pueden percatarse de la falta de una evaluación objetiva. Desde este mismo análisis, encontramos a algunos alumnos acostumbrados a un sistema perezoso, en el que consideran que existe una deuda hacia ellos, en el que mucho hacen con asistir a las clases, como si se tratara de una dadivosa actitud, la que encierra una exigencia de acreditación.
Puedo percatarme que, para algunos profesores, este sistema se ha convertido en una tiranía de la conformidad, toda vez que, desde su percepción, es inútil luchar en contra, por lo que es más fácil escribir un diez que pasar tiempo evaluando actividades de educación continua que implican mucho tiempo fuera del aula, además de tener que justificar la calificación frente a estudiantes que están acostumbrados al regateo y excusas de último momento.
Claro que es más fácil escribir un diez al lado de cada recuadro de los nombres, pero si queremos tomar en serio la educación tenemos que hacer algo más que solo eso, tenemos que hacer nuestro trabajo como académicos y enseñar que de la misma forma que un número no puede definir de forma completa a un alumno, esos mismos números no son dádivas de un profesor generoso, sino que es resultado del trabajo, la dedicación y el aprendizaje alcanzado en el binomio profesor-estudiante.
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