Coluna Fictio Iuris
“La violencia es el miedo a los ideales de los demás”. Mahatma Gandhi
El día 5 de marzo volvió a poner de manifiesto cómo, lo que debería ser un espectáculo puramente deportivo, puede convertirse en un escenario para sacar los instintos más bajos y salvajes, independientemente de que entre el público se encuentren niños o personas de avanzada edad. Hace tiempo que el deporte profesional se ha convertido más en un negocio que en un entretenimiento, en donde, como cualquier empresa, se buscan maximizar los beneficios a costa de llegar a olvidar aspectos esenciales o básicos. Esto parece que fue uno de los puntos que dio lugar a los bochornosos y lamentables acontecimientos vividos en el Estadio La Corregidora de Querétaro, en México, pues según los medios de comunicación, parece ser que la directiva del equipo mexicano contrató los servicios de una empresa de seguridad que carecía de experiencia y conocimientos para hacer frente al control de un partido catalogado como de alto riesgo, como era el Querétaro contra Atlas.
Es incomprensible cómo, en el año 2022 y después de una considerable cantidad de casos de violencia en el fútbol, como el partido Perú-Argentina de los Juegos Olímpicos de Tokio de 1964, el Liverpool-Nottingham de semifinales de la FA Cup de 1989, o el Juventus-Liverpool de la final de la Copa de Europa de 1985, entre otros, se continúa dando cabida en el deporte/negocio a los ultras, forofos, barras, hooligans, fanáticos o como se gusten llamar, a pesar de los importantes problemas que pueden llegar a generar en diversos ámbitos.
El marketing en el fútbol es tal que, a lo largo de los años, se ha podido demostrar el negocio que representa para los equipos contar con esos frentes de seguidores, llegando incluso a estar condicionados por esas personas violentas que, partido tras partido, increpan, golpean, amenazan e, incluso, privan de la vida a otros seguidores. Famoso fue el hecho acontecido en las instalaciones de entrenamiento del Atlético de Madrid en el año 2005, cuando once seguidores del equipo interrumpieron la sesión del equipo español para insultar y amenazar de muerte a varios jugadores y preparadores de la entidad madrileña; mismos seguidores que, en ocasiones anteriores, hablaban amistosamente con los jugadores además de tener acceso a zonas que, teóricamente, tenían vetadas.[1]
Es indudable que el hecho de contar con un número de seguidores fijos, incondicionales se podría decir, son un nicho de negocio importante, pero también un factor de enorme riesgo para la imagen del equipo e, incluso, para sus propios aficionados. Los partidos de fútbol, que hace años -demasiado ya, tal vez- eran motivo de ocio, a los que acudían los padres e hijos para compartir experiencias y gustos, parece que se han convertido en un espectáculo de riesgo, donde se sabe cuándo entrar pero no si se va a poder salir ileso. Hay tantas probabilidades de que todo se desarrolle en orden como de que se descontrole y termine con incidentes, máxime si los equipos deciden ahorrarse dinero en cuestiones básicas como es la seguridad. Recientemente, un subsecretario de seguridad pública mexicano señaló que “los clubes le deben invertir en seguridad” de cara a poder identificar a los integrantes de los grupos violentos, afirmando que “si desaparecen las barras, no habría forma de controlarlos”.[2] El problema de este planteamiento es que se olvida el problema de base, es decir, la aquiescencia o beneplácito que suele existir por parte de las entidades deportivas con sus seguidores más acérrimos.
Por otra parte, ya han pasado casi diez días desde los hechos y, mientras las versiones oficiales afirman que no hubo muertes de aficionados en La Corregidora, los videos grabados por los asistentes parecen evidenciar lo contrario, lo que pone de relieve, una vez más, el caos que se puede llegar a generar en el marco de un partido de fútbol. Además, se habló mucho de las medidas que se podrían imponer al equipo de Querétaro dados los fuertes incidentes, no obstante, la Asamblea Extraordinaria de la Liga MX dio un paso al frente y decidió sancionar a la entidad en cuatro pasos: i) expulsión de la directiva del club, ii) cambio de dueño, iii) traslado del equipo a otra ciudad, y iv) sanción económica de 1.500.000 de pesos mexicanos. No cabe duda de que las medidas impuestas por la Asamblea pueden considerarse severas, sobre todo considerando el traslado del equipo, sin embargo, justamente, en la última columna, su servidor planteaba la necesidad de implementar fuertes sanciones ante situaciones graves para clasificar, siguiendo a Roxin, la pena como un refuerzo positivo del derecho, y es que, como se dice en España: a grandes males, grandes remedios. Habrá que ver si, finalmente, las sanciones se dan en todo y cada uno de sus términos, pero, hasta entonces, el vergonzoso espectáculo acontecido en Querétaro ha evidenciado, de nuevo, que espacios que hace años eran familiares, parecen haberse convertido en refugios de violentos que desahogan sus frustraciones contra el que lleva puesta una camiseta diferente a la suya, lo cual es, a su vez, un preocupante reflejo de la sociedad actual.
Notas e Referências
[1] Borasteros, Daniel, Los “ultras” invaden el entrenamiento del Atlético y amenazan a la plantilla, El País, 19 de mayo de 2005, disponible en https://elpais.com/diario/2005/05/20/deportes/1116540002_850215.html
[2] Atayde, Minelli, “Si desaparecen las barras, no habría forma de controlarlos”: Gabriel Regino, Milenio, 12 de marzo de 2022, disponible en https://www.milenio.com/futbol/liga-mx/gabriel-regino-eliminar-barras-liga-mx-solucion
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