El opresor no sería tan fuerte si no tuviese
cómplices entre los propios oprimidos
Simone de Beauvoir
“Deberías estar agradecida”, “¿estás loca? o ¿por qué te inventas cosas?” “no puedes sentirte así, ¿cómo puedes estar triste?”
Todo era parte de mi imaginación, una exageración mía, una invención, así que terminé por creérmelo y callaba. Quedé completamente anulada como persona y él tenía el control total de mí, me insultaba, me despreciaba, me hacía sentir como una inútil, y la idea de que no valgo nada sin él.
Lo anterior, es parte de la realidad de muchas mujeres en el mundo que sufren de violencia psicológica, un fenómeno conocido como “gaslight”, en el que el abusador altera la percepción de la realidad de la víctima provocando que no sea consciente de que padece maltrato. Se trata de un abuso continuo, sutil, manipulador, indirecto, repetitivo, mediante el que se genera confusión, desgasta la estima y confianza en sí misma de la mujer, hasta convertirla en un puñado de dudas y miedos. Se trata también, en consecuencia, de un maltrato muy difícil de explicar para la víctima y todavía más complicado de denunciar.
Esta columna está inspirada en la celebración del Día Internacional de la Eliminación de la Violencia Contra la Mujer; esa violencia que no conoce fronteras sociales, políticas, económicas o nacionales. Es de resaltarse que, de acuerdo a la UNESCO, al menos una de cada tres mujeres en el mundo entero ha sido golpeada, forzada sexualmente o abusada emocionalmente en el curso de su vida, más a menudo por su pareja.
El pasado 25 de noviembre, nos vuelve a recordar lo importante que es concientizarnos contra la violencia de género y reflexionar no sólo en torno a la persistencia de conductas que representan a todas luces el abuso y agresión contra las mujeres y niñas en todo el mundo, sino también aquellas que revelan las dicotomías, los mitos y las mentiras que están ocultas, que pasan desapercibidas y que utilizan camuflaje para entenderse como actitudes normalizadas, que se presentan en el discurso; son todas esas cuestiones por las que muchas mujeres protestan, se convierten en activistas, incluso arriesgando sus vidas, en la búsqueda por erradicar la violencia con la que conviven diariamente las mujeres.
Se ha extendido por el mundo el reproche de los colectivos feministas, se ha logrado generar medianamente un consenso en occidente en relación a una lucha contra la violencia –visible- contra las mujeres, se ha logrado que se tipifique el feminicidio y se han generado campañas contra la violencia de género, pero regularmente solo contra esa violencia que deja un ojo morado, violaciones, maltrato físico, sin embargo, existe violencia que no deja cuerpo del delito ni pruebas perceptibles inmediatamente, se trata de una violencia tan frecuente y común que es invisible, en general, seguimos sin identificar la violencia cuando no hay agresiones físicas o violencia explícita.
La violencia contra la mujer ha resultado, en muchas ocasiones, invisible a través de números, los discursos han buscado cuantificar todo, de forma en que pueda ser medido y generar resultados, dejando de lado que esto no implica un cambio real o cualitativo; por ejemplo, es fácil computar el número de niñas o mujeres inscritas en escuelas y la escalada que ha tenido esto en los últimos años puede considerarse como favorable in crescendo, dando pautas a un discurso que pretende demostrar la equidad o igualdad que se ha logrado entre hombres y mujeres, sin embargo, al realizarlo con esos mínimos indicadores, se podría decir que el resultado es solo una farsa, ya que deja de lado un análisis más profundo que deberá tomar en cuenta la asistencia, el número de graduadas, el ejercicio de la profesión, los puestos que ocupan y cuál es el tiempo real de ejercicio profesional frente a la deserción por motivos reproductivos.
El verdadero empoderamiento de la mujer no se da únicamente en cifras. Las mujeres se empoderan cuando hacen procesos de consciencia en torno a sus derechos, cuando se ven representadas en espacios de decisión, cuando tienen derecho a la propiedad privada, cuando perciben un salario digno sin distinciones de género, cuando toman decisiones unilaterales, cuando son reconocidas de forma independiente y no como extensiones de algún hombre, cuando deciden libremente ejercer su profesión o realizar el papel doméstico reconocido como valioso, cuando tienen derecho a la educación, cuando se visten como prefieren sin ser violentadas, cuando el acoso no es interpretado como un halago, cuando el cuerpo femenino deja de ser hipersexualizado, cuando se divierten en la misma medida que los hombres sin ser juzgadas, cuando deciden sobre su sexualidad (cómo, cuándo y cuántos), cuando son educadas para ver más allá del amor romántico y cuento de hadas, cuando el reclamo de sus derechos es tomado legítimamente y no desde la perspectiva “feminazi”, cuando las tareas del hogar no son una responsabilidad absoluta de la mujer y cuando el hombre deja de ser considerado una ayuda condescendiente.
Si realmente se quiere luchar contra la violencia contra las mujeres, sin que esa lucha forme parte únicamente de un discurso político, condescendiente o demagógico (que por cierto, los dos últimos suelen ser innatos al primero), es necesario huir de los convencionalismos, las palabras de apoyo a las mujeres que carecen de una fuerza real que lo materialice y de potenciar un cambio en la sociedad presente que desencadene una formación cultural diferente en cuanto a la mujer en las generaciones venideras, pues de lo contrario, la rueda de la violencia contra la mujer continuará girando sin detenerse, tal y como lo está haciendo ahora. Las palabras se agradecen, pero sin hechos no valen nada.
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