La palabra genocidio es un neologismo creado por el jurista judío polaco – huido del holocausto y asilado en Estados Unidos – Raphael Lemkin, en 1944 en su libro "El poder del Eje en la Europa ocupada"; tan “neologismo” es, que combina raíces de distintos idiomas, pese a que no es una práctica recomendada. Viene del sustantivo griego γένος, génos "estirpe", y del subfijo latino “-cidio”, apofonía de caedere "matar"; es un acto perpetrado con la intención de destruir, total o parcialmente, a un grupo nacional, étnico, racial o religioso. Sin embargo, se trataba de dar un nombre a un fenómeno que antes no lo tenía.
El prestigioso investigador Zygmunt Bauman, padre de una importante obra, “Modernity and the Holocaust” de 1989; en donde afirma que el genocidio sólo puede explicarse como resultado de la modernización, especialmente a través del comportamiento moralmente aséptico de las burocracias modernas, cuya característica básica es el seguimiento acrítico de las órdenes de los superiores.
Desde este punto de vista, Bauman rechazó la interpretación del Holocausto como una interrupción o una excepción al flujo normal de la civilización; y se sumó a lo sostenido anteriormente por Hanna Arendt en “Eichmann in Jerusalem: A Report on the Banality of Evil” de 1965: solo puede entenderse el genocidio como el producto de una compleja organización social moderna, que opera con alta eficiencia y deshumanización.
Según Bauman el Holocausto es parte constitutiva de la modernidad, no pues un accidente en el camino del progreso o un cáncer en la civilización. Más allá de que moralmente sus objetivos nos repugnen; las actividades que conducen al genocidio son formalmente indistinguibles de otras actividades, realizadas y supervisadas por instituciones administrativas y económicas de manera sistemática y rutinaria.
Sin embargo, no solemos estudiar genocidios anteriores al siglo XX, lo cual implicaría un déficit explicacional en las tesis de Bauman o Arendt. Tristemente, estos pensadores sí están acertados en su interpretación.
El puntapié de nuestro mundo moderno surge con fuerza de la Revolución Francesa de 1789, evento político más importante en el cual damos inicio formal a la modernidad; evento que nosotros conocemos en su mayoría desde la pluma de los revolucionarios. Sin embargo no todo fue progreso en esta revolución; bajo el lema de "Libertad, Igualdad y Fraternidad" se cometieron estos primeras genocidios, de los cuales ahora tendremos una breve semblanza.
El historiador Reynald Secher en 1986 publicó su tesis doctoral “La Vendée-Vengé, Le génocide franco-français”, donde argumentó que el primer genocidio fue realizado por las acciones del gobierno republicano francés durante la Guerra de Vendée. Luego explorar los textos de los protagonistas y testigos del fenómeno, interpreta que había una voluntad genocida por parte de los republicanos; por lo que en su conclusión general explica que, en su opinión, las matanzas cometidas durante la guerra de Vandea constituyen un genocidio. Incluso utiliza la palabra "populicidio", que Gracchus Babeuf, el "inventor" del Comunismo moderno, usó en 1795 para calificar esta guerra.
La fuerte persecución religiosa – promovida por la “caza de brujas” sobre gran parte del clero que se negó a jurar la constitución civil – y la orden de reclutamiento compulsivo de 300.000 hombres que la Convención proclamó tras la ejecución de Luis XVI el 21 de enero de 1793 y la guerra contra España en marzo de este año, fueron un caldo de cultivo fertil para la rebelión.
La rebelión popular acabó explotando en la región de la Vendée, en el centro-oeste de Francia; donde en 1793 todo un pueblo se levantó en contra la República. La guerra duró tres años, hasta la aniquilación de las huestes contrarrevolucionarias y la aplicación del que se considera el primer genocidio de la Historia moderna contra la población civil.
El historiador Alberto Barcena Pérez, en su libro de 2016 “La guerra de la Vendée”, recoge también los testimonios recopilados por Secher: Un despacho del general Marceau, comandante en jefe interino del ejército del oeste, que describe su paso por la Vendée: "Por agotadas que estuvieran nuestras tropas hicieron todavía ocho leguas, masacrando sin cesar y haciendo un botín inmenso. Nos hicimos con siete cañones, nueve cajas y una inmensidad de mujeres (tres mil fueron ahogadas en Pont-au-Baux)". Dichos ahogamientos masivos en los ríos fueron uno de los métodos más usados para las matanzas, llamados eufemísticamente "deportaciones verticales". "Fusilamos a todo el que cae en nuestras manos, prisioneros, heridos, enfermos en los hospitales", confiesa también el general Rouyer.
Sin embargo, algunos revolucionarios, como el general Danican, sí denunciaron la barbarie: "He visto masacrar a viejos en su cama, degollar niños sobre el seno de sus madres, guillotinar mujeres embarazadas e incluso al día siguiente de su alumbramiento. Las atrocidades que se han cometido ante mis ojos han afectado de tal manera mi corazón que no sentiré nunca la vida". Y al final, la misma Convención que había ordenado el genocidio y amparado su brutalidad tuvo que reconocer, el 29 de septiembre de 1794, que "jefes bárbaros, que osan aún decirse republicanos, han hecho degollar, por el placer de degollar, a viejos, mujeres, niños. Municipios patriotas incluso han sido las víctimas de esos monstruos de los que no detallaremos las execrables actuaciones".
En favor de estos hechos, y según la óptica de Bauman y la misma Arendt – quienes, como judíos, bien conocen la materia –, el genocidio es un fenómeno característico de la modernidad y como tal tiene sus primeras manifestaciones en los mismos albores de esta era. ¿Será quizás que debamos entender que no podemos desunir una cosa de la otra?
Imagem Ilustrativa do Post: Statue of Justice - The Old Bailey // Foto de: Ronnie Macdonald // Sem alterações
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