Contigo, sin ti, a pesar o incluso en contra de tu voluntad,
lucharemos por una vida sin violencia
México se ha erigido vergonzosamente con el deshonroso primer lugar en feminicidios en América Latina, así como también presenta altas cifras de violencia física, sexual y psicológica contra las mujeres y niñas, la cual constituye una de las violaciones de los derechos humanos más graves, extendida, arraigada y tolerada en el mundo.
Todas las mujeres y las niñas del mundo, sin importar su origen, edad, condiciones sociales, religión, identidad de género u orientación sexual, están expuestas al riesgo de ser víctimas de violencia.
La violencia contra las mujeres y niñas ocasiona un daño grave e irreversible en las familias y en general, en la sociedad, y se constituye como un obstáculo importante para el desarrollo inclusivo, equitativo y sostenible, por lo que trabajar para mejorar la situación de las mujeres y niñas tendría favorables consecuencias que ayudan al desarrollo de un país desigual y que busca combatir la discriminación.
Las mujeres y niñas a lo largo de sus vidas, sufren diversos tipos de violencia tanto en el ámbito público como en el privado: en el hogar, en la escuela, en el trabajo, en las redes sociales, en la política, entre otros.
No se puede evitar considerar que la violencia contra las mujeres es consecuencia de la desigualdad, la discriminación de género, el machismo y la misoginia imperantes en el país, pero también de la impunidad, la crisis de derechos humanos, la falta de prevención del delito, los fallos en las labores de investigación, la falta de reparación del daño, la falta de una garantía de no repetición y la tolerancia del Estado.
A pesar de los esfuerzos por consignar una mayor protección en los diversos instrumentos normativos nacionales e internacionales que ayuden a garantizar los derechos humanos, la dignidad, el valor de la persona y, la igualdad de derechos de hombres y mujeres, no se ha logrado consolidar un avance sustancial, toda vez que las realidades no se crean o desvanecen de un plumazo, y una norma jurídica difícilmente puede cambiar toda una realidad social.
No debemos eludir la responsabilidad de tomarnos cada muerte violenta de mujeres como grave e intolerable; no se debe de minimizar ni esconder, se debe alzar la voz para exigir el respeto a los derechos. El silencio que nos mata es el de la indiferencia, tenemos que hacernos oír para que los derechos de las mujeres y niñas estén en el centro de la agenda pública.
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