Coluna Fictio Iuris
Que la realidad actual poco o nada tiene que ver con la de hace años es un hecho indiscutible. Desde los avances tecnológicos, hasta el uso y significado de palabras completamente nuevas que, en muchas ocasiones, dejan a generaciones anteriores en fuera de juego -si se me permite el símil futbolístico-, estamos ante una sociedad completamente diferente a las de los años ’80, ’90 e, incluso, a la de los 2000. Actualmente, los derechos humanos se han impuesto sobre, prácticamente, todas las cosas y, como consecuencia de ello, es necesario atender a las nuevas circunstancias que presiden nuestra vida cotidiana.
Tal vez, hace años era impensable hablar de otros géneros que no fueran el masculino y el femenino, sin embargo, hoy en día, también está el género no binario, entre otros. Hace años era frecuente ver ciertas conductas de servilismo de la mujer hacia el hombre como, por ejemplo, quitarle los zapatos al llegar a casa o servirle la comida como si estuviera incapacitado para agarrar un plato y ponérsela él mismo. Uno de los mayores ejemplos de esa situación de inferioridad de la mujer respecto del hombre lo podíamos encontrar en el anuncio español de los años ´70 del cognac Soberano, en el que una mujer acude con una vidente/pitonisa para que le diga qué hacer ya que su casa se está desmoronando como consecuencia del carácter del esposo, quien tiene arranques de ira y hasta la golpea, a lo que la vidente le responde justificando el actuar de su marido diciendo: “¿has pensado que tu marido trabaja muchas horas diarias y tiene derecho cuando llega a su hogar a encontrar un agradable recibimiento?” Si la pregunta ya tiene su aquel, la reacción de la esposa no se queda corta, pues se limita a asentir a todo lo que dice la pitonisa. Por si todo esto fuera poco, la vidente le continúa diciendo a la esposa que procure “que nunca le falte su copita de cognac”, aludiendo a esa naturaleza servil de la mujer con respecto al hombre, la cual, por cierto, todavía no ha sido superada. Este anuncio publicitario que, por obvias razones, representa un paradigma del machismo, parece que es solo una muestra del ayer que sigue dejando destellos hoy.
Hace pocos días, un colegio mayor masculino de Madrid apareció en todas las noticias nacionales e internacionales como consecuencia de los cánticos proferidos desde las ventanas de sus habitaciones hacia sus compañeras, residentes en el colegio mayor femenino del otro lado de la calle. En este caso, los cánticos eran clara y burdamente sexistas, pues al grito de “¡putas!”, “¡sois unas ninfómanas!”, “¡salid de vuestras madrigueras!” y así toda una retahíla de delicadezas -nótese la ironía- del mismo tipo, se referían a ellas diciendo que no les faltaría sexo con ellos. Hasta aquí, la situación ya evidencia algo preocupante, como es el hecho de que el machismo sigue presente, sin embargo, llama especialmente la atención la circunstancia de que tanto políticas (atención, me estoy refiriendo a mujeres de partidos políticos) como alumnas del colegio mayor femenino han llegado a justificar los cánticos de esa especie aún no evolucionada personificada en esos compañeros bajo el argumento de que son unos “pobrecillos” o de que “se trata de una tradición”, entre otros comentarios. Discúlpenme, pero si la tradición es causa justificante de todo y de todos, entonces el ahorcar galgos al terminar las temporadas de cacería también se justificaría bajo el férreo -ironía de nuevo- argumento de la tradición, o el que un hombre golpee a su novia o esposa también estaría justificado gracias a la tradición (véanse las generaciones de nuestros bisabuelos o abuelos donde golpear a la mujer era hasta un acto de autoridad y de hombría). Además, es preocupante que las nuevas generaciones, basándose en esa tradición, lleguen a realizar y aceptar como válidas conductas machistas y de agresión directa y abierta contra el sexo contrario; máxime cuando ese sexo contrario las admite también.
Llámenme pesimista, pero creo que no aprendemos y que no van a haber cambios sustanciales en la sociedad de un futuro próximo, en la que seguramente exista el discurso políticamente correcto de condenar públicamente ciertos actos para, posteriormente, realizar esas mismas acciones en la seguridad y privacidad que otorga la casa propia.
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