A veces la gente no quiere escuchar la verdad
porque no quiere que sus ilusiones se vean destruidas
Friedrich Nietzsche
Muchas de nuestras deficiencias académicas han sido arrastradas desde la formación más básica, probablemente debido a que en este carrusel apresurado de lo cuantitativo, todos nos perdemos en mostrar números en lugar de mostrar verdaderos resultados. En su momento se festejó el haber salido -aunque no sea al 100%- , de la terrible marginación del grotesco analfabetismo absoluto generalizado que abrumaba a los países Latinoamericanos, una medida necesaria que brindaba las habilidades básicas para leer y escribir, pero nos hemos conformado desde entonces con medio enseñar y medio aprender, medio leer y medio escribir, dando por sentado que un siguiente nivel educativo se encargaría de las deficiencias, trasladando y postergando así el problema y resulta que no nos dimos cuenta de que nos hundíamos confortablemente en las carencias de una educación de masas.
Los esfuerzos en pro de la alfabetización han sido considerados por la UNESCO como esenciales para el desarrollo de las personas y de los pueblos, pero estos esfuerzos se han presentado en diversos niveles, ya que la alfabetización es adquirida por los individuos en grados diversos, desde el mínimo mensurable hasta un nivel superior.
En América Latina, esta situación permea todo el sistema educativo en todos sus niveles, en donde incluso se ha revelado en las pruebas PISA que la mayoría de estudiantes de la región latinoamericana no saben leer o escribir apropiadamente y no tienen los fundamentos más elementales en matemáticas. Lo más grave es que esta situación se da en escalada, ya que no se remite únicamente a la educación básica ni intermedia, sino que trasciende hasta la educación universitaria y de posgrado, lugar en el que son exponenciales las deficiencias de los alumnos. En este sentido me remito a la frase de la española María Elvira Roca, quien expresa severamente “siempre ha habido analfabetos pero ahora salen de las universidades”.
Considerando todo lo anterior, hay que decir que en este caso no nos referimos a un analfabetismo absoluto -el cual ha sido mayoritariamente identificado en los estratos bajos de la población-, sino al de los analfabetos funcionales, los que no necesariamente están en un estrato social fijo, que no han carecido de educación ni están excluidos de las universidades. En esta tesitura, el analfabetismo funcional afecta a países en vías de desarrollo y desarrollados, en donde pareciera que los sistemas educativos estarían consolidados, ya que estos defectos tienen apariencia de cierta regularidad, en donde el estudiante ha desarrollado muy básicamente ciertas competencias educativas (conocimientos, habilidades, actitudes y destrezas) aunque únicamente puede comprender hasta cierto punto, toda vez que en muchas ocasiones no sabe lo que lee y apenas puede expresarse escribiendo.
Nos ahogamos en una tendencia de pronta manufactura de profesionistas, cual maquiladora que sólo opera con números de egresos y, por otro lado, se ha generado una propensión perversa hacia la colección de títulos, ya que un título de licenciatura ya no garantiza conocimiento por lo que es necesario coleccionar las cualificaciones, las que ahora se pesan por kilos: un Doctorado, dos maestrías, cuatro licenciaturas, cinco certificaciones de idiomas -todo antes de los cuarenta, pues esta carrera es contra reloj -.
¿Acaso el mundo laboral requiere en general de estas montañas de títulos? Los títulos han perdido su valor gracias, en gran medida, a las inadecuadas políticas educativas; es así que, en contra de la lógica y la razón, el sistema educativo se ha empeñado en graduar en hordas, favoreciendo el número y no la calidad. En este sentido, Andreas Schleicher, director de educación de la OCDE, indicó que en el pasado las economías de América Latina fueron generosas, podías encontrar un trabajo sin grandes habilidades, sin embargo, esto es mucho más difícil hoy en día.
El sistema y los programas de estudios deben considerar que la enseñanza debe permitir a los alumnos adaptarse a los cambios, ya que las exigencias hacia los jóvenes están cambiando mucho más rápido que la calidad de la educación. Aunque se puede mencionar que la educación ha sido un catalizador, una forma de cambio y movilidad social, la cual ha roto las barreras y condena económica heredada, modificando así la idea de: quien nace pobre, morirá pobre, sin embargo, en el siglo XXI la movilidad social se ha estancado, resultando cada vez más difícil superar los estatus de los padres, por lo que, entre otras cosas, se puede decir que es efecto de la educación deficiente.
La educación deficiente es una trampa de pobreza y romperla será el mayor desafío para los próximos años; es así que la Declaración Mundial sobre la Educación superior del Siglo XXI indica que los gobiernos deben tomar conciencia de la importancia fundamental que la educación reviste para el desarrollo sociocultural y económico, así como para la construcción de un futuro.
Es de vital importancia que tomemos con seriedad a la educación, que veamos las profundas deficiencias educativas marcadas por la mediocridad, la presencia de profesores sin vocación y de estudiantes que no quieren responsabilizarse de su proceso educativo. Para que existan cambios, Latinoamérica debe considerar invertir en educación de calidad y transitar hacia un mejor modelo educativo óptimo para sus necesidades.
Imagem Ilustrativa do Post: Black and White photos // Foto de: Arthur Mazi // Sem alterações
Disponível em: https://www.pexels.com/photo/black-and-white-photo-of-building-2297802/
Licença de uso: https://creativecommons.org/licenses/by/2.0/