“La clemencia que perdona a los criminales es asesina”. William Shakespeare
No sé si el encierro por la pandemia de COVID-19 ha afectado mentalmente a cierta parte de la sociedad o si el problema ya venía de fábrica y ahora se exterioriza, pero lo cierto es que parece que regresamos a una obra del teatro de lo absurdo de la década de los 40, 50 o 60 del pasado siglo donde el sinsentido presidía las tramas, pues, recientemente, un alumno de nada más y nada menos que el Posgrado en Derecho de la UNAM, decidió amenazar de muerte a su profesora y a sus compañeros porque no estaba de acuerdo con su calificación, la cual, por cierto, para nada era reprobatoria, pues le pusieron un 8. El hecho de que quiera privar de la vida por un 8 ya pone sobre la mesa que algo no está bien en la cabeza de ese alumno, pero si a ello le añadimos que estamos hablando de un licenciado en derecho, la cosa se pone peor. ¿Cómo es posible que alguien que debe conocer las leyes y que juró hacerlas cumplir al momento de terminar su carrera ahora venga con semejante amenaza? Recordando el título del tercer álbum del famoso grupo de música Hombres G… estamos locos… ¿o qué?
Por si lo anterior no fuera suficientemente preocupante, hay que añadir que varios de los comentarios que siguieron a la noticia fueron del estilo de: “den contexto”, como una especie de petición de explicación de toda la situación antes de valorar si el alumno actuó bien o mal. De nuevo… estamos locos… ¿o qué? Vamos a ver, señores, señoritos, señoras, señoritas y señorites, las amenazas y, más aún, las de muerte, están prohibidas en todo tiempo, lugar y circunstancia; tanto es así que los diferentes códigos penales tipifican la conducta como delictiva (a título de ejemplo, el Código Penal para el Distrito Federal en su artículo 209, o el artículo 282 del Código Penal Federal, entre muchísimos otros).
Por obvias razones, espero que nunca tenga alumnos que amenazan de muerte al profesor, al igual que espero que nunca tenga alumnos que piden contexto de la situación porque, de ser así, además de temer por mi vida, tendré que impartir clases con la metodología de Plaza Sésamo (en México) o Barrio Sésamo (en España), teniendo que recurrir a técnicas como: “a ver niños/as/es, esto está bien y esto está mal”.
Siempre he sido un firme defensor de que una calificación no hace mejor ni peor al alumno, no lo define, ni tampoco condiciona su futuro y creo que este es un magnífico ejemplo de ello. Si por un 8 (que en cualquier lugar es una calificación alta), este individuo se pone así, no quiero ni imaginar qué haría en otros sistemas educativos como, por ejemplo, el español, donde el 8 está reservado para estudiantes notables, y es que, si bien en México la calificación mínima aprobatoria es de 6, parece haber un erróneo pensamiento bastante generalizado de que el 8 equivale a un 6. Así, si este individuo considera que aprobó por poco la asignatura, le recomiendo que no se le ocurra cursar nada en España porque, muy seguramente, no pasará del 5 y, entonces, ¡que Dios nos agarre confesados!
Dicho todo lo anterior y no importándome para nada el contexto de la situación -no como a otros-, aprovecho para mostrar todo mi apoyo a esa profesora que, por hacer su trabajo, se encuentra amenazada. No se pueden permitir conductas como la del alumno en ningún lugar pero, mucho menos, en una universidad -sea cual sea- por lo que a pesar del riesgo de ser impopular, radical, alarmista o todo aquello por lo que quieran, gusten o se les atoje calificarme, espero que la institución tome medidas severas, eficaces y reales contra este sujeto, no quedándose, únicamente, en esa Plaza Sésamo en la que le digan: “a ver, mi niño bonito, eso está mal y no lo debes hacer porque si no harás llorar al niño Jesús”, pues no estamos ante un bebé, sino ante alguien que tiene carrera universitaria.
La permisividad, la extrema delicadeza y los miramientos a discreción pueden dar lugar a problemas muy graves. Fíjense que apenas han sucedido los acontecimientos y, sin embargo, ya estoy viendo llegar el discurso de los derechos humanos para decir que el pobre (nótese la ironía) alumno goza del derecho humano a la educación para que no tomen medidas en su contra, al mismo tiempo que la maléfica (de nuevo, ironía mediante) profesora le está limitando en el ejercicio de aquel. Fíjense que también veo venir los argumentos de que el alumno, en realidad, es una víctima de la sociedad y del sistema neoliberal y, con ello, la tan manida discriminación para justificar sus amenazas. Y fíjense que, por último, y sinceramente espero equivocarme, veo venir un escenario de impunidad del sujeto que solo servirá para darle alas tanto a él como a otros futuros delincuentes a los que se les estará enviando el mensaje de que, hagan lo que hagan, las actuaciones timoratas, pávidas y acomplejadas de la autoridad (entendida en el sentido más amplio de la palabra) se quedarán en meras amonestaciones o reprimendas de niño pequeño, del estilo colócate en un rincón y recapacita sobre lo que has hecho, sin mayores consecuencias.
En fin, si bien tradicionalmente se ha dicho que el derecho penal debe ser la última ratio del derecho, lo lamento mucho pero su servidor no es de esa opinión. A buen entendedor, pocas palabras bastan.
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