Un pueblo habituado durante largo tiempo a un régimen duro
pierde gradualmente la noción misma de libertad
Jonathan Swift
Durante el último siglo solamente un político ruso ha permanecido más tiempo en el poder que Vladimir Putin: José Stalin. Putin ha ejercido mandatos desde el año 2000, y ahora consolida su cuarto mandato, tras imponerse en las elecciones realizadas recientemente, con lo que ocupará la presidencia de Rusia por cuarta vez, hasta 2024, tras la celebración de elecciones democráticas que, de forma contundente, le dieron la victoria con más del 60% de participación del padrón electoral, siendo el 76% de esa participación votos a su favor –lo que contrasta con la mayoría de los mandatarios, quienes no llegan ni al 50% -, superando así por más de 50 puntos a su más cercano competidor. Sin duda, los resultado de Putin son un sueño para muchos políticos, sin embargo, son muchos también los que han enmudecido la felicitación.
Aunque algunos líderes mundiales han felicitado a Vladimir Putin por su elección como Presidente de Rusia –Estados Unidos de América, China, Irán, Kazajistán, Bielorrusia, Venezuela, Cuba y Bolivia-, la respuesta de Occidente a su victoria se ha realizado mayoritariamente en silencio. ¿Por qué ante una victoria avasalladora hay una sensación de que algo no está bien?
Putin ha sido señalado como un autócrata y su gobierno ha sido criticado por separarse de los valores democráticos y del respeto a los derechos humanos, no obstante, cuenta con altos índices de popularidad, y no tiene oposición real, ya que el principal líder de la oposición, Alexei Navalny, está imposibilitado para participar en los comicios por haber sido condenado hace años en un caso de malversación de fondos. Adicionalmente, parte de su victoria se debe, por una parte, a la aceptación de sus políticas nacionalistas que, en gran medida, evocan el orgullo Ruso del pasado, sus valores y tradiciones, consiguiendo infiltrar la idea de un concepto ruso de “nosotros”, así como también, por otro lado, quienes no simpatizan con sus políticas optan por mantener el statu quo ante el temor de que el escenario pudiera empeorar.
Es de esta forma que, ante el miedo de que nadie más que Putin pueda mantener a Rusia unida y que el país acabe desmoronándose, el presidente se ha vuelto el estandarte de fortaleza, orgullo y bienestar económico, incluso al costo de que gran parte de los ciudadanos acepten sacrificar los derechos humanos y las libertades. Esta situación ha conseguido que, a pesar de las denuncias de irregularidades en la jornada electoral y las claras predicciones que anunciaban que ningún candidato tenía posibilidad de vencerlo, su triunfo no esté en peligro.
Los envidiables números de la elección presidencial rusa nos remiten a pesar que, a diferencia de los escenarios en los que el cuestionamiento refiere a fraudes electorales que atentan contra la voluntad del pueblo –una cuestión esencial en la democracia-, también podemos enfrentarnos ante una voluntad ciudadana que respalda contundentemente un régimen autoritario, incluso a sabiendas que pueden vulnerar alguno de sus derechos y lo aceptan. En este sentido, ¿esta situación podría considerarse como democracia? Tenemos que aprender a mirar más allá, entender que el cumplimiento de un fin no valida cualquier resultado y que, incluso, el lograr el fin no puede justificar el medio empleado.
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