A partir de cierto punto no hay retorno.
Ese el punto que hay que alcanzar
Franz Kafka
Hace apenas unos días, en México se celebraron 207 años de independencia, y ese mismo día se daba a conocer en conferencia de prensa a los medios de comunicación, un caso que apunta a convertirse en uno más de la lista de feminicidios que azota a nuestro país. Esto es trágico, no únicamente por el dolo con el que fue cometido el homicidio, o la crueldad que representa el asesinato de una joven de diecinueve años, sino por lo ordinario que se ha convertido el asesinato de mujeres y niñas en diversas partes del territorio; llegando a un punto tal de gravedad que en el país mueren siete mujeres cada día.
México ha transitado por una ola de feminicidios, haciendo que diversos Estados de la República se hayan convertido en focos rojos, tales como, por ejemplo, Estado de México, Morelos, Puebla, Nuevo León, Chiapas, Michoacán, Sinaloa, Jalisco y Veracruz, entre otras entidades, sin embargo, la violencia contra la mujer constituye un problema global.
Este problema ha trascendido al ámbito internacional a través de la resolución que la Corte Interamericana de Derechos Humanos impuso en la sentencia Campo Algodonero, en la que el Estado mexicano fue condenado internacionalmente por la desaparición y privación de la vida de Esmeralda Herrera Monreal, Laura Berenice Ramos Monárrez y Claudia Ivette González, en Ciudad Juárez, lugar que llegó a ganarse la popularidad de ser la ciudad más peligrosa del mundo para las mujeres.
Cada una de estas tres mujeres tenía una historia distinta, desaparecieron en fechas y lugares diferentes, pero sus muertes estuvieron marcadas por el feminicidio. Por una parte, Esmeralda tenía 14 años y era empleada doméstica, por otra parte, Laura de 17 años estudiaba la preparatoria, y finalmente, Claudia tenía 20 años y trabajaba en una maquiladora. Sus cuerpos, junto con los de otras cinco mujeres, fueron encontrados en un campo algodonero en estado de conservación incompleto, con hematomas, signos de probable estrangulamiento y signos de severa violencia sexual: manos atadas, semidesnudas, en algunos casos con la blusa y el brasier levantados por encima de los senos, y, en otros, con los pezones mutilados.
Sin embargo, esta sentencia no cambió la realidad de las mujeres, una realidad de violencia que es un problema grave que transciende de lo jurídico para estancarse en lo social, y es que los casos de feminicidio han acaparado la atención de la sociedad dividiéndola, desintegrándola y fragmentándola para condenar no sólo al o los homicidas, sino también a las víctimas mujeres, a quienes consideran como imprudentes, provocadoras de su mal o ingenuas, por no guardar la sensatez necesaria, por exponerse a salir por las noches, por ingerir bebidas alcohólicas, por no portar la vestimenta apropiada, por no darse a respetar, por no defenderse, por no estar acompañadas, en general, por no seguir los patrones de lo que se entiende el comportamiento de una mujer dentro de una sociedad machista, misógina o conservadora.
Uno de los últimos casos es el de Mara Castilla, una joven veracruzana que por motivos de estudio estaba residiendo en Puebla. Esta joven, después de salir a divertirse, decidió pedir un taxi de la compañía “Cabify” a través de una aplicación móvil y desapareció después de abordarlo. Una semana después de diversos interrogatorios y de rastreos de los teléfonos móviles del conductor y de la joven, se encontró el cuerpo de Mara envuelto en una sábana en una cañada, con signos de estrangulamiento, golpes severos y abuso sexual.
Las movilizaciones sociales no se hicieron esperar. Los movimientos feministas volvieron a las calles a denunciar la violencia que las mujeres viven diariamente en un país que no lucha con seriedad contra la misoginia y el machismo, en el que ser “macho” es un alago para un hombre, país en el que no se comprende que esto es también una situación cultural que para cambiar necesitará un fuerte llamado de acción y conciencia, ya que el problema va más allá de crear políticas públicas ad hoc para intentar solucionar una controvertida y muy preocupante situación que va en aumento.
El feminicidio y la violencia de género se han vuelto un tema sensible que ha ocasionado divisiones sociales. Las repuestas más comunes, aunque erróneas, vuelven a generar separación, propiciar la división entre el nosotras y el ustedes, y hacen reflexionar acerca de cuánto tendremos que separarnos para volvernos a unir, máxime cuando, por ejemplo, ya tenemos unos cuantos andenes de metro especiales únicamente para ser abordados por mujeres, algunos autobuses exclusivos para mujeres, taxis que sólo son conducidos por mujeres para únicamente prestar servicios a mujeres, entre otros pocos servicios que sólo son exclusivos para nosotras, quienes tenemos que conformarnos con que nos brinden algunas prerrogativas especiales, tal cual ocurría con las leyes segregacionistas que establecían servicios públicos diferenciados para blancos y negros en Estados Unidos de América en el siglo XIX, generando la doctrina “separados pero iguales”.
Por supuesto acepto que lo anterior se realiza con el afán de buscar resguardar la integridad de la mujer, quienes buscan no resultar agredidas, maltratadas, violentadas, que viven con miedo y que lo único que puede consolarlas es encontrar un servicio que les resguarde de las agresiones diarias. No podemos obviar mencionar que la violencia contra las mujeres obedece a patrones sociales violentos aceptados y justificados en costumbres, tradiciones, relaciones de poder históricamente desiguales entre hombres y mujeres, expresados a través de actitudes de humillación, desprecio, maltrato físico y emocional, hostigamiento, abuso sexual, abandono, terror.
En una sociedad en la que la mujer juega el papel de subordinación, debilidad o inferioridad, se buscan medidas paliativas que no dan solución a un problema más profundo, ya que el objetivo es sobrevivir un día más; sin embargo, debemos entender que estos remedios sólo nos brindan un confort temporal, ya que seguiremos teniendo el mismo valor disminuido en la sociedad y continuaremos buscando formas de protegernos y ocultarnos hasta que no dejen de vernos como un objeto; cuando cambie el concepto de mujer y no se vincule con el de debilidad, en ese momento podremos convivir y dejar de requerir separarnos de nuestros aliados naturales.
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